El abrazo invisible: la era del dominio tecnológico

Ya no es una suposición: lo hemos comprobado. La tecnología ha pasado de ser una simple ayuda a convertirse en una compañía inseparable, omnipresente, casi imprescindible. Desde cualquier rincón del planeta, en cualquier momento, accedemos a una red global que nos conecta, nos potencia… y también nos condiciona. Lo que antes parecía una fantasía futurista, hoy es una realidad que define cómo vivimos, trabajamos y nos relacionamos.

 
Tecnología: aliada o dependencia

La tecnología no solo está presente: es protagonista. Nos facilita la vida, pero también marca el ritmo. Estamos tan ligados a ella que hoy en día resulta casi imposible avanzar sin sus herramientas. Esta dependencia va más allá de lo práctico: es emocional, mental y profesional. Nos abraza tan estrechamente que cuesta diferenciar dónde acabamos nosotros y dónde empieza ella.

 
El espejo cultural: la ciencia ficción ya es real

Películas como Minority Report o El Círculo no solo imaginaron futuros posibles: adelantaron verdades incómodas. El cine, como testigo de su tiempo, ha reflejado cómo la tecnología puede llegar a dominar nuestras decisiones, nuestra privacidad y hasta nuestras relaciones personales. Lo que parecía distopía es, cada vez más, rutina.

 
Una nueva forma de vida: conexión o nada

Hoy parece casi incomprensible vivir fuera de la “dictadura tecnológica”. Más que una herramienta, se ha convertido en el único puente entre personas, culturas y realidades. No se trata de celebrar su triunfo, sino de aceptar su inevitabilidad. La vida fuera de la tecnología ya no existe. Nos ama, nos conecta… y también nos consume.

 
Consumidores cautivos: el conocimiento como única salida

El ser humano se ha convertido en un consumidor crónico de tecnología. Ya no se trata solo de usarla, sino de necesitarla para existir productivamente. En un mundo global, el conocimiento tecnológico no es una ventaja, sino un requisito. Las fronteras físicas, lingüísticas y temporales se desdibujan, pero el precio es alto: vivimos en una red que no perdona la desconexión.

 
¿Quién domina a quién?

Dominar, en este contexto, no es solo tener control. Es disponer de la voluntad ajena, moldearla, hacerla parte de un sistema que no siempre elegimos conscientemente. La tecnología —o quienes están detrás de ella— ha alcanzado la capacidad de ejercer ese dominio. La pregunta ya no es si dependemos de la tecnología, sino si aún somos libres de elegir cuánto.

En 2.016 Nelson Naul escribía desde Argentina: “organizar las energías de un país para enfrentarse con éxito al reto de la dependencia y dominio tecnológico, es labor que no puede hacerse sin el consentimiento de muchos grupos y voluntades. El dominio tecnológico ha de entenderse como un concepto social complejo. Más allá de cualquier planteamiento económico, requiere más bien un planteamiento filosófico y social que seguro, al menos durante las primeras generaciones, llevará a confrontaciones sociales y públicas a nivel nacional e internacional”. Con una perspectiva de tan solo diez años Naul habría modificado su reflexión final, lo que nos da idea de la velocidad con que los usos sociales, políticos y económicos han asumido el rol tecnológico como su nuevo corazón.

“La tecnología se alimenta a sí misma. La tecnología hace posible más tecnología” decía Alvin Toffler. Cuidado con otro pensamiento de B. F. Skinner: “El problema real no es si las maquinas piensan, sino si lo hacen los hombres” (recordemos a Stanley Kubrick). ¿Podemos descansar de la tecnología? ¿Apartarla unos días de nosotros? Cuanto más lo intentamos, menos lo conseguimos. Según Duglas Couplan no podríamos, y afirmaba: “Incluso cuando te tomas unas vacaciones, la tecnología que utilizas no se toma un descanso por ti”.